Con el tiempo, fue mi madre la que empezó a quejarse de que el ruido que producían los relinchos de un caballo tampoco la dejaban dormir. No hubo manera de convencerla de que en la casa no había ningún caballo. Mi padre, que nunca asumió que ella estaba enloqueciendo, nos decía que quizás todo fuese el jaleo de algún gato.
Desde entonces han pasado muchos años y ahora soy yo la que desde hace varios meses tampoco puede dormir. Me lo impide el sonido de una trompeta que un negro se pone a tocar tan pronto como llega la media noche. Creo que las mujeres de mi familia somos sensibles a las cosas extrañas. El caso es que a mi abuela y a mi madre nunca se les ocurrió ir al médico para tratarse la causa de esos desvaríos. En aquellos tiempos nadie hacía eso. A mí, sin embargo, una amiga me ha dicho que debería consultarlo con el Doctor Brenes, un tipo que atiende por internet asuntos de brujerías. Lo he hecho, y él, tras hacerme rellenar un montón de fichas, ha zanjado el asunto diciendo que no encuentra ningún motivo que no tenga tratamiento para mi extravío y me ha indicado que tome varios brebajes “de la felicidad” con los que pronto, si sigo las instrucciones que me irá impartiendo en próximas consultas, pondré en fuga al trompetista. Como por cada consulta virtual tengo que pagar quince euros con tarjeta de crédito, yo, cautelosa en estas cosas, he decidido que es preferible no hacer uso de las pócimas. En su lugar, me tomaré todas las noches una buena taza de chocolate.
Y la verdad es que he acertado. Hace ya catorce noches que el hombre de la trompeta ha dejado de molestarme. Lo malo es que tengo miedo de que el Doctor Brenes, al notar que no he vuelto a consultarle, me haya embrujado, ya que ahora, ni de noche ni de día, consigo quitarme de la mente la canción de los negritos del Cola Cao.