Espero poder seguir contando con vuestra presencia. Os dejo el enlace para los que no lo conocéis y un fuerte abrazo
martes, 5 de abril de 2016
Despedida
jueves, 31 de marzo de 2016
Otros mundos
Hoy, todo eso se ha perdido y dicen algunos incluso que las sirenas, ahora, en los atardeceres de los puertos, lo que realmente ansían es comerse un helado de turrón.
miércoles, 23 de marzo de 2016
De los silencios
jueves, 10 de marzo de 2016
Tiempo de carnaval
En el cuento que acudió a su mente se veía rodeado de amigos. Estaban celebrando una fiesta de carnaval y todos parecían divertirse. Fue al poco cuando se dio cuenta de que algunos de ellos habían muerto hacía tiempo. Para su sorpresa, en aquella fiesta los vivos y los muertos convivían de un modo natural. Le costaba reconocer a algunos de ellos, disfrazados como estaban, pero todos, en sus trajes, se veían contentos. Reparó además en que allí estaban algunos que ni siquiera habían vivido. Eran gentes a las que él solo había soñado. Entre otros muchos, transformada en zíngara, podía ver a la monja Polonia, y a su lado, como en el cuento, al diablo. También estaba allí, impartiendo guiños, Sophie, la escapista de Nueva York. Se había disfrazado de bailarina de cabaret.
Aquella mezcla de gentes lo tenía confuso pero todos estaban muy animados y la parranda se fue prolongando. Hubo de pasar mucho tiempo antes de que en algún momento, poco a poco, sus amigos comenzaran a irse. Muchos de los vivos se fueron andando, ya que habían bebido demasiado y no eran capaces de conducir sus autos. Los muertos y los irreales, los de los puros cuentos, simplemente se esfumaban, pero todos, antes de irse, le daban un abrazo de despedida, que él sentía muy cálido.
Al fin, él, que también había bebido demasiado, decidió que había llegado el momento de irse, pero uno de sus amigos le dijo que eso ya no era posible. No iba a poder regresar a su casa. Ahora, su destino era otro. No le hizo caso y fue a despedirse de la Señorita C., que vestía un raído uniforme de soldado napoleónico y también le dijo que tampoco podía irse con él. El tiempo de las ensoñaciones había pasado. Ella tenía que regresar a su cuento y él no podía acompañarlo.
Fue así, dejado a un lado por todos, como el hombre que escribía cuentos se dio cuenta de que la noche en que había soñado que se iba a morir, ciertamente se había muerto y reparó entonces en su madre, a la que hasta ahora no había visto, tan bella, tan joven, transformada en Cenicienta, y cuando ella le tendió su mano, se la cogió al instante y se confió. Sabía que ella le guiaría. “Vamos, hijo -le dijo-, ya no tienes tiempo”.
Cuando caminaba otra vez, como de niño, de la mano de su madre, fue cuando recordó que hacía muchos años, en uno de sus cuentos, ya había predicho que morir no era sino darse cuenta de que a partir de ahora ya no iba a poder estar uno nunca más con sus amigos.
jueves, 18 de febrero de 2016
miércoles, 10 de febrero de 2016
La edad de las mujeres
De él se decía que siendo joven había pactado con el diablo que tendría siempre la misma edad que las mujeres a las que amara. Sin embargo, cuando fue acumulando años, a pesar de que había conocido a muchas mujeres, a algunas de las cuales doblaba la edad, nunca vio nadie que su cuerpo rejuveneciera y terminó muriéndose de puro viejo como cualquier otro. Parece que a lo largo de su vida nunca había amado realmente a ninguna y el diablo no se sintió obligado a cumplir su promesa.
martes, 2 de febrero de 2016
El paraíso de los deseos
"Hay un momento de la vida en que el alma que anida en el cuerpo, renuncia a sus vuelos, a sus locuras, a sus cielos, y se queda para siempre en la carne, como el pájaro que se quedase en el tronco del árbol, desengañado de alturas y de azules."
Francisco Umbral – Mis paraísos artificiales
Le conocí hace seis semanas, en una reunión de grupos católicos. Me dijo que estudiaba en el Seminario y yo, deslumbrada, sentí que me había enamorado y que lo amaba como nunca antes había amado a nadie. Desde entonces somos amigos y a pesar de que no vive en mi ciudad nos hemos llamado casi todos los días y nos hemos visto los fines de semana para charlar y tomar unas copas. Cuando le hablé de mi amor, me dijo que si no fuera seminarista compartiríamos nuestras vidas. Solo supe decirle que si no fuera seminarista no nos habríamos conocido. Hasta ahora, aunque veía que su vocación era fuerte, pensaba que quizás pudiera atraerlo insistiendo algo más. Pero no, ahora sé que es fiel a su fe y que se está alejando de mí. Mi deslumbramiento ha sido efímero, sólo ha durado las cinco semanas en que lo he sentido próximo. Han pasado ya siete días desde la última vez que hablamos y he comprendido que para hacer realidad el inhabitado paraíso de los deseos es preciso que antes el mundo entero se desplome y no me siento con fuerzas para ese empeño. Lo tengo decidido, pediré perdón y regresaré, alejándome de mis sueños, a la vida de sosegada monotonía de mi convento.
sábado, 23 de enero de 2016
Mujeres en la noche
Con el tiempo, fue mi madre la que empezó a quejarse de que el ruido que producían los relinchos de un caballo tampoco la dejaban dormir. No hubo manera de convencerla de que en la casa no había ningún caballo. Mi padre, que nunca asumió que ella estaba enloqueciendo, nos decía que quizás todo fuese el jaleo de algún gato.
Desde entonces han pasado muchos años y ahora soy yo la que desde hace varios meses tampoco puede dormir. Me lo impide el sonido de una trompeta que un negro se pone a tocar tan pronto como llega la media noche. Creo que las mujeres de mi familia somos sensibles a las cosas extrañas. El caso es que a mi abuela y a mi madre nunca se les ocurrió ir al médico para tratarse la causa de esos desvaríos. En aquellos tiempos nadie hacía eso. A mí, sin embargo, una amiga me ha dicho que debería consultarlo con el Doctor Brenes, un tipo que atiende por internet asuntos de brujerías. Lo he hecho, y él, tras hacerme rellenar un montón de fichas, ha zanjado el asunto diciendo que no encuentra ningún motivo que no tenga tratamiento para mi extravío y me ha indicado que tome varios brebajes “de la felicidad” con los que pronto, si sigo las instrucciones que me irá impartiendo en próximas consultas, pondré en fuga al trompetista. Como por cada consulta virtual tengo que pagar quince euros con tarjeta de crédito, yo, cautelosa en estas cosas, he decidido que es preferible no hacer uso de las pócimas. En su lugar, me tomaré todas las noches una buena taza de chocolate.
Y la verdad es que he acertado. Hace ya catorce noches que el hombre de la trompeta ha dejado de molestarme. Lo malo es que tengo miedo de que el Doctor Brenes, al notar que no he vuelto a consultarle, me haya embrujado, ya que ahora, ni de noche ni de día, consigo quitarme de la mente la canción de los negritos del Cola Cao.
viernes, 15 de enero de 2016
Irrealidades
viernes, 8 de enero de 2016
Peggy Sue y las Matemáticas
sábado, 2 de enero de 2016
Niebla
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