martes, 22 de diciembre de 2015

Otras vidas





La señorita C., paseando por la vieja ciudad, reparó en como las nubes se reflejaban en las ventanas de aquella casa y sintió que su cuerpo temblaba. Duró solo un instante pero supo que ella, en otro tiempo, ya había contemplado esas nubes a través de esos cristales. Supo que había vivido antes en esa casa y que ahora no podía desviar su mirada de los ventanales. Angustiada, pensó que quizás debiera buscar allí las huellas que de sí misma pudieran todavía conservarse, pero no lo hizo. Era posible que allí hubiese sido feliz y que ahora, si volvía, lo fuera de nuevo, pero no se atrevió a intentarlo. Se dio la vuelta y con pasos inseguros se alejo despacio. Para entonces era consciente de que huyendo de lo que pudiera haber más allá de esos cristales, su alma, estremecida como los espejos cuando nadie los mira, iba a seguir irremediablemente languideciendo.





jueves, 10 de diciembre de 2015

Polonia y el Diablo






“Reverendo Padre y amantísimo diablo:


Debe saber vuestra reverencia que yo, que fui priora del convento de Santa Lucía y que ahora me veo desterrada de él y recluida en el Beaterio de las Egipciacas de Estepa, estoy ya harta de esperar. Mi paciencia, Reverendo Padre, se agota y debo apremiarle para que cumpla las promesas que me hizo cuando la desgracia se cebó en mis carnes.

Bien sabe vuestra reverencia que el hijo del que me dejó empreñada me fue robado al poco de nacer por unos Familiares del Santo Oficio que se presentaron en el convento y se lo llevaron en la noche. Nunca he vuelto a verlo. Por aquel entonces, una de mis frailas bajo secreto de confesión había contado al padre Andrés que creía que su priora tenía tratos con el diablo, ya que por las noches, vestido de negro, había visto entrar en mi celda a lo que parecía ser un espíritu. Pocas horas tardó el nefasto padre en informar del suceso a los inquisidores.

Poco pude decir cuando el Venerable Tribunal del Santo Oficio me atrapó. Solo acerté a alegar que quién me visitaba en la noche, si es que era el diablo, tenía ciertamente unos ojos azules bellísimos. Vuestra reverencia, Padre, bien sabe que ese diablo con el que se me acusó de mantener tratos erais vos mismo, cuando sofocado por las ansias carnales no dudabais en asaltar las tapias del huerto y yacer conmigo tan pronto como en la oscuridad que sigue a las horas completas las frailas dormían.

Tras el proceso, que aguanté confiando en que pronto vendríais a por mí, fui condenada a la pena de cincuenta azotes, destierro de la ciudad y encierro en este beaterio de Estepa en el que ahora vivo perdida, pasando las horas en soledad y sufriendo el agravio de las beatas que me tienen custodiada, ya que el Santo Tribunal ordenó también que todas las mañanas, cuando acudiera al refectorio, me tendiera ante su puerta para que ellas cuando fuesen a almorzar tuvieran que pisar mi cuerpo. En ese suplicio que se repite cada día he podido comprobar que las beatas en flor de santidad son las que me pisan con más saña, en tanto que sólo algunas descarriadas, casi todas antiguas mancebas de casas de placer, pasan por encima de mí de un modo tan delicado que casi no siento sus pies, cual si fueran piadosos ángeles.

Pues bien, Reverendo Padre, ya que su promesa de venir a rescatarme no ha sido cumplida y llevo ya tres años de destierro, debe saber que estoy harta de esperar y que tengo decidido escaparme de este beaterio y dirigirme a Sevilla, en una de cuyas casas de mancebía, que todos conocen como “Las Cien Estrellas”, espero encontrar refugio y digna vida como puta. Me serviré para ello de la recomendación de una de las beatas angelicales. Muchos años he estado al servicio de Dios y ahora voy a estarlo al servicio de los hombres.

Sepa, pues, vuestra reverencia, que si algún día se anima a buscarme, no debe hacerlo en Estepa, de donde huyo, sino en Sevilla, donde serán ahora las estrellas las que me custodien. Desde allí, si cumple la promesa que me dio, no nos será difícil encaminarnos a las Indias.

Y termino, Reverendo Padre, deseando que Dios, o el diablo, lo tengan bien guardado.

Firmado: Polonia de Lucía, así llamada en el siglo y que en su vida conventual fue la Madre Isabel María de Todos los Sacramentos y del Grande Amor de Dios.”